Hace quince años comenzamos una travesía, una aventura de paciencia y constancia, adentrándonos en un universo donde la tradición indígena nos ofrece una nueva forma de ver el mundo. Ese mundo, tejido a mano, nos invita a ser testigos de una resistencia viva, del derecho a la diversidad étnica y de la riqueza cultural de comunidades que han mantenido vivas sus raíces ancestrales.

En estos años, hemos tejido lazos fuertes con mujeres que, más que compañeras de trabajo, se han convertido en amigas y cómplices. Ellas nos abren las puertas de sus hogares y nos invitan a compartir el olor a pino de sus bosques y el calor de sus fogones. Nos comparten sus familias, sus risas, y juntas celebramos la continuidad de este camino que nos une en un vínculo inquebrantable donde nos enseñan formas de vida comunitaria, el cuidado de los recursos naturales y el orgullo de una identidad que, pese a la segregación y el racismo, sigue firme y floreciendo.